Monday, January 16, 2006

El regreso: paseo nocturno por Valladolid.

Volver a la ciudad que me ha acogido en los últimos cinco años de mi vida fue una sensación agradable: la sensación de estar en casa. Yo adoro Valladolid desde el principio y, en contra de la mayoría de las opiniones, me parece una ciudad bonita e interesante. Puedo entender que en una región como Castilla y León, en la que encontramos tres de las once ciudades Patrimonio de la Humanidad de España (Salamanca, Ávila y Segovia), Valladolid puede resultar un aborto urbano, perfectamente reflejado en su desmembrada catedral. Cierto es que con las desafortunadas actuaciones que ha padecido, Valladolid no es ni la sombra de lo que fue, ya se sabe, continúa mirando con nostalgia el breve período en que fue capital der reino, y aquellos maravillosos años en que era cuna de nobles y reyes, con tal cantidad de majestuosidad, que llegó a ser considerada la Siena española, ocupando un lugar preferente en la lista de ciudades más bellas del mundo. Aquellos tiempos pasaron, y de qué manera, y la falta de amor por su propia villa, hizo que los pucelanos no apreciaran el tesoro que tenían en sus manos, y lo maltrataran hasta prácticamente acabar con él.

Pero eso hace de ella una ciudad que invita a la investigación. La belleza de sus calles y el recuerdo de su historia no es algo tan evidente como en otros lugares. Requiere una mirada sensible, entrenada quizás, que localice los puntos álgidos del patrimonio que esconde entre los monstruos del desarrollismo.

También encontramos nuevos intentos de reimpulsar la ciudad, con mayor o menor acierto, eso es muy discutible, tan discutible como el precio que se paga por tener el alcalde que se tiene. Los fondos europeos destinados a desarrollo regional han ido a parar al embellecimiento de unas pocas calles de la ciudad e irán a parar al soterramiento del ferrocarril, si es que éste llega a producirse, cosa que dudo dado los plazos de que se dispone.

El ayuntamiento recauda sus fondos de la recalificación de terrenos y de la subasta de suelo público al mejor postor. La ciudad sufre una plaga de nuevos aparcamientos subterráneos, incluso en zonas nada recomendables como la Plaza de Portugalete, vendidos como la panacea al problema de falta de plazas de aparcamiento en las calles, pero promovidos por los altos ingresos que se obtienen de ellos, a cambio de un mínimo coste y de muy buena propaganda electoral. Entre tanto, distraen la atención de la gente con restauraciones de "la fachada más bonita de Valladolid", perdonen si lo pongo en duda, y con sucesivas reformas de la Plaza Zorrilla, sobre todo de su fuente, que actualmente puede confundirse perfectamente con una piscina que rodea un semáforo, debido a su colorido. Debe de ser que el señor alcalde quiere tener enfrente de sus balcones una versión cutre de la Fuente Mágica de Montjuic que Barcelona exhibe desde la exposición universal de 1929. Sinceramente, señor alcalde, nuestra fuente no da la talla.

Nos peatonalizan las calles al mismo tiempo que nos prohiben estar en ellas, con ese control desmedido contra el "botellón", y esas continuas redadas "anti-droga" que acosan a los pobres jóvenes en la Plaza de Cantarranas. Y yo simpre me pregunto por qué sitiar esa plaza, en busca de unos cuantos porros, cuando es en otros lugares donde se produce el verdadero tráfico de drogas; y por qué acosar a los jóvenes sólo allí, como si en las zonas de la Plaza de Coca o de San Miguel la gente fuera más civilizada, más bien al contrario; será que los jóvenes de izquierdas no tienen valores y emanan rebeldía, mientras que los niños de papá son unos santos, ya se sabe, porque van a misa los domingos llevando un polo de Lacoste y la raya al lado bien marcada en el pelo. En fin, eso es otro tema que se merece otra reflexión en otro momento.

Pero no podemos criticar a la ciudad por estos problemas. De hecho, Valladolid no es un caso único, ni el más grave, más bien sigue la tónica general del país, según la cual los ayuntamientos hacen y deshacen a su antojo, o más bien al antojo de sus amiguetes constructores, peces gordos que se llenan los bolsillos mientras juegan al monopoli con la ciudad en que vivimos. Y nosotros asistimos al espectáculo, atónitos, sin saber como parar aquello, sin saber si quiera si nos conviene pararlo.

Al margen de las calamidades que nuestros políticos realicen, yo seguiré disfrutando de los rincones escondidos de la ciudad, generalmente olvidados y muy poco valorados.
Por favor, que sigan así, olvidados. Así no tendrán la tentación de "renovarlos". Cada vez que tocan algo es para joderlo, y el mejor ejemplo está en las sucesivas reformas del sistema educativo. ¡Que reformen San Miguel, que buena falta le hace! Total, ya es una de las plazas con peor gusto y menos criterio de la ciudad. Casi seguro que una reforma sería a para mejor. ¿Pero qué digo? ¡Si es preciosa! ¡Mira que árbol de Navidad más bonito nos ha regalado el Hotel Olid Meliá! ¿No te gusta? ¿Por qué? ¡Ay, Señor! ¡Qué falta de espíritu navideño...!